Richard Read sorprendió al hablar de la vieja creencia de que al uruguayo no le gusta trabajar. ¿Condición genética o producto del mercado?

No quiero al atorrante, al vago, al lumpen. No quiero eso en mi sindicato, quiero laburantes. El mejor sindicato no es el que más huelga hace, es el que mejor laburantes tiene abajo”. La frase pertenece al dirigente del PIT-CNT, Richard Read, en el acto del 1º de mayo. Los trabajadores y las autoridades del gobierno lo aplaudieron de pie.
Read habló así de una de las ideas populares más arraigadas en el colectivo: al uruguayo no le gusta trabajar. Feriados, licencia médica o por estrés, paros y huelgas y el deseo de ocupar un puesto público para tomar el té de 9 a 5 son vistos por muchos como los rebusques para zafar de un día en la oficina. El propio Read acusó a la falta de hábitos de trabajo como uno de los males del país. ¿Acaso es una condición genética? ¿O las ganas de trabajar se perdieron por el camino?
Generaciones perdidas
Diversos sociólogos apuntan al proceso de exclusión social que padece Uruguay, el que comenzó a principios de la década de 1990 –catalogada por Read como “nefasta”– y terminó de cimentarse con la crisis de 2002. Allí se registró un desacoplamiento al respecto de ciertas pautas de convivencia, valores y sistemas de creencia mayoritarios en la sociedad y, al mismo tiempo, un distanciamiento de los espacios de integración social como el trabajo o las instituciones educativas.
El desempleo crónico que padecen algunos grupos –sobre todo aquellos que mantenían una tradición obrera ligada a fábricas instaladas en el barrio– y la precarización del empleo provocaron que los valores del esfuerzo y del ahorro perdieran la relevancia que siempre tuvieron entre los habitantes de clase media. Read ilustró la situación en el programa Esta Boca es Mía: “Conozco pibes que ven a los padres levantarse a las 11. O que son tercera generación de desocupados. Perdieron los hábitos de trabajo”.
El especialista en sociología del trabajo, Francisco Pucci, fue categórico: “No se aprende la cultura del trabajo en un hogar en el que no hay un trabajo estable”.
Conjuntamente, el valor de la educación –asociado a la superación personal– también perdió vigencia. Fue el nacimiento de una “generación perdida que no recibió de parte de sus mayores la ética del trabajo”, dijo Federico Muttoni, gerente de la consultora Advice.
Juan Castillo, vicepresidente del Frente Amplio, manifestó que “Read dijo las verdades desde el punto de vista de los trabajadores de la clase obrera” donde se visualiza “un no apego a la defensa del puesto de trabajo, el no querer prepararse y calificarse”.
A la generación perdida se le suman aquellos jóvenes a los que la desilusión les arrebató la ética del trabajo enseñada por sus padres. Estos vieron a sus padres “rompiéndose el lomo” pero fueron despedidos “cuando llegaron los momentos bravos”. A juicio del gerente de Advice, esto “desalentó a las nuevas generaciones a comprometerse como sus mayores”.
El discurso de Read recibió las felicitaciones de Muttoni, en especial por el llamado a la defensa de la cultura del trabajo. El experto lo analizó como una autocrítica del movimiento sindical que a veces olvida, entre tantos reclamos, que el trabajo es la base de la productividad. Pucci coincidió en este punto: “Hay cierta actividad sindical que no ha combatido a fondo” el desapego de sus miembros a la cultura del trabajo. Por ejemplo, la prolongada huelga del sector metalúrgico en 2011 obligó al cierre de varias empresas. El sociólogo también vio la disertación de Read como una crítica hacia modelos empresariales.
Pero Read no sorprendió a Luis Ibarra, magíster en ciencia política, especializado en movimientos sindicales. “No es novedoso”, afirmó. Y explicó: “Todos hemos escuchado esas palabras alguna vez. ¡Llegó tarde! ¿Por qué faltó ayer? ¡Hay que laburar! Ese ha sido siempre el lenguaje del capataz, de los supervisores. La novedad, pues, no está en las palabras, sino en oírlas de boca de un dirigente sindical. Retratan más a quien emite el discurso que a quienes está dirigido. Más que una degradación de los trabajadores, expresan a una dirección sindical que aplaude el disciplinamiento en lugar de llamar a la rebeldía”.
Expertos en recursos humanos consultados por El Observador coincidieron en que después de la crisis de 2002 se produjo una desvalorización del trabajo, en el sentido de que se lo considera algo coyuntural y no permanente. El resultado es que haya más rotación de personal –aunque no es despreciable la porción de trabajadores que adquieren una actitud más pasiva al satisfacer sus expectativas laborales– y que sea ahora el empleador y no el empleado el que aumenta sus exigencias.
Muttoni agregó que las propias empresas han contribuido al desaliento de los trabajadores al imponer ciertas reglas de juego, en especial, en épocas de crisis. Ilustró con el siguiente ejemplo: “Un ingeniero industrial cobraba una remuneración de hasta la mitad de la que cobra hoy”. Pero Pucci fue más allá y apuntó a los cambios que ha sufrido el mercado de trabajo desde los años 90 a través de la adopción de un modelo de flexibilidad. “Todos los contratos a término (en particular los del Estado), o que no se ofrezca hacer carrera dentro de la empresa, lleva a que muchos trabajadores piensen que no importa”, comentó. Atrás quedaron los tiempos en los que el trabajador se jubilaba después de toda una vida en una misma empresa.
Con una tasa de desempleo del 6,1%, ahora los trabajadores se muestran “menos temerosos” a estar desempleados. Esto tuvo un impacto fuerte entre los grupos menos favorecidos, puesto que ahora tienen la alternativa de cobrar un subsidio sin tener que acceder a un empleo precario, aunque casi sin expectativas de desarrollo.
Al respecto Ibarra expuso: “¿Por qué la gente falta los lunes? Simplemente, porque leyeron los avisos del domingo y salieron a repartir currículos y presentarse a entrevistas. En ese movimiento, que deja los empleos peores por otros mejores, consiste, precisamente, el mercado de trabajo”.
Dar sin pedir nada a cambio
A fines de 2011 el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) informó que el 80% de los inscritos en el Programa Objetivo Empleo (POE) –unas 20.000 personas– del Plan de Equidad había rechazado una propuesta de empleo, por lo que los subsidios otorgados por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) vendrían a operar como un “desestímulo” para la incorporación de las personas con menores ingresos (primer quintil) al mercado de trabajo, lo que siempre fue resistido por las autoridades del Mides y criticado con dureza por la opinión pública y la oposición.
La integrante del observatorio del mercado de trabajo de la cartera, María José González, anunció que los sueldos rechazados estaban en el entorno de los $ 10 mil mensuales, siendo la brecha entre estos y lo que percibe la persona por subsidio y changas “no lo suficientemente grande” para aceptar el empleo formal.
El entonces presidente de la Confederación Granjera, Alberto Iglesias, había dicho a El Observador que las cuadrillas para la recolección de frutas y verduras habían sido “diezmadas por el Mides de forma alarmante”, aun ofreciéndole a los peones $ 16 mil líquidos mensuales, con casa y comida e inscripción en el BPS.
Muttoni indicó que no es despreciable el “impacto negativo” que han tenido los programas de transferencias en la pérdida de hábitos de trabajo, pero que no hay que perder de vista que “en muchos casos se ofrecen trabajos menos redituables”. Pucci también habló de un “efecto perverso” de las políticas sociales, dado que “la gente se acostumbra a pedir”, al tiempo que se agravó la precariedad del empleo.
Según recordó Ibarra, “el empleo precario no es absorbido por el crecimiento económico y persiste como una parte importante de la composición de los trabajadores”.
Los trabajos de baja calificación (guardias de seguridad, peones rurales, personal para limpieza, reponedores en supermercados, entre otros ejemplos) no están bien pagos. Una cajera de supermercado cobra $ 7.500 con solo un día libre a la semana y no tiene feriados. La mitad de los trabajadores gana menos de $14.000 y el salario mínimo queda por debajo del nivel de pobreza.
El experto en el mercado laboral recomendó que se les exija una mayor cantidad de horas en servicios comunitarios con dos objetivos: colaborar con la ciudad (a través del barrido, o de la reparación de veredas, por ejemplo) y promover hábitos de trabajo. “Hay que ser más creativos”, propuso, “y ofrecerle a las empresas que descuenten, por ejemplo, el 100% de los aportes patronales y personales si contratan a los beneficiarios del Mides”.
El ejemplo
Muttoni sumó otro problema: “El valor del trabajo a veces no ha sido claramente jerarquizado por los gobernantes”. En este sentido, el experto apuntó que desde el Estado se han transmitido tres mensajes erróneos: que un trabajo público no ofrece “demasiado estrés”, que se otorgan subsidios sin una buena cantidad de contraprestaciones y de fiscalización, y que se puede llegar a ocupar cargos de relevancia pública sin las “condiciones técnicas”, mientras que a los funcionarios se les pide el oro y el moro a la hora de seleccionarlos para un puesto. “Son malas señales” para los trabajadores, afirmó Muttoni.
A mediados de 2006 se anotaron más de 40.000 personas para ocupar 352 cargos de auxiliares administrativos para el Banco República y el Banco de Seguros del Estado por sueldos que oscilaban entre $ 13.000 y $ 15.600 por seis horas de trabajo. Otro tanto se inscribieron por 300 cargos obreros de la Intendencia de Montevideo. Un año después se presentaron más de 87.000 personas para ocupar 400 cargos administrativos en el BPS. Pero el récord lo quebraron las 110.000 personas que se anotaron para 200 cargos administrativos municipales. En cambio, Muttoni recordó que el emprendimiento privado más grande en la historia del país no consiguió más de 8.000 aspirantes.
Esto se debe a que un empleo público siempre se ha visto como algo deseable por conceder seguridad y beneficios que no brindan los privados. Sin olvidar los feriados. El propio presidente de la República, José Mujica, dijo a los funcionarios públicos que “dejen de inventar feriados para no laburar”. Pero la intención de que descansaran solo los cinco feriados no laborales no se abrió paso en el nuevo estatuto del funcionario público.
Adaptarse o morir
El analista del mercado laboral Federico Muttoni dijo que la fuerza de trabajo tiene que adoptar una “cultura de trabajo distinta” que ya no se ajusta al paradigma tradicional: cumplir estrictamente un horario, suponer que la empresa es responsable de la capacitación o la falta de disposición al sacrificio. Para las empresas recomendó que permitan horarios flexibles y trabajo remoto y, sobre todo, que motiven a las personas con competencia y capacidad.
elobservador.
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