La intervención militar francesa en Malí iniciada hace unas semanas atrás es un episodio importantísimo de la escena internacional. Como en el caso del ataque al Afganistán de los Taliban, en 2002, que tuvo como principal protagonista a Estados Unidos y también recibió el apoyo de Naciones Unidas, el motivo fundamental es detener el avance de fundamentalistas religiosos que imponen el terror y la barbarie como medio de gobierno. Como con Afganistán, el objetivo es aquí asentar un régimen que asegure las funciones estatales e impida la desestabilización regional.
Sin embargo, la situación en esta zona de África tiene complejidades que hacen al desafío particularmente peligroso. Primero, porque estamos ante una de las consecuencias previsibles del desorden militar y político que trajo la caída de la tiranía de Kadafi en Libia. En efecto, fueron numerosos y muy bien pertrechados los que rodeaban al dictador y huyeron de aquel país con dirección suroeste, hacia el norte de Malí. Segundo, porque la amplitud del desierto en el que se mueve la rama de Al Qaeda en África representa prácticamente el doble del total de Europa Occidental y es, a la vez, un terreno de difícil acceso y rico en materias primas claves: allí está el ejemplo del reciente ataque terrorista, en pleno Sahara argelino, a uno de los centros estratégicos productivos más importantes de ese país, y que terminó con decenas de rehenes muertos. Tercero, porque la zona norte de Malí llamada a ser liberada es extremadamente amplia. Para hacerse una idea, representa unas 4 veces la superficie de todo el Uruguay y tiene una frontera terrestre de más de 1.200 kilómetros con Argelia.
Hace años ya que varios ciudadanos franceses han sido secuestrados por grupos terroristas que actúan en esa vasta zona del continente africano. Antigua potencia colonial, Francia conserva sus redes de contactos políticos, importantes intereses económicos y, por supuesto, bases militares en la región. Según su presidente, el socialista Hollande, la intervención en Malí durará lo que tenga que durar y está llamada a ser complementada con refuerzos militares de países de la región de África Occidental.
Sin embargo, esos refuerzos regionales no estarán operativos pronto. Por el contrario, el protagonismo militar, por muchos meses más, estará dado por combatientes franceses y por la avanzada de la aviación de ese país. Toda la dificultad de la operación, como con los talibanes en la frontera con Pakistán, está en que el enemigo procesa un rápido repliegue y una estrategia de desgaste guerrillero que, forzosamente, está llamada a perdurar en el tiempo.
Además, el riesgo de contagio de la desestabilización regional es muy alto. No solamente la operación terrorista en Argelia ya da muestras de ello. También la inestabilidad que vive la República Centroafricana, con procesos de guerrilla de similares características que ponen en jaque el poder central, abre un gran signo de interrogación político para toda la región. En este sentido, atendiendo a toda esta realidad, el novel presidente egipcio ya ha expresado fuertes críticas a la intervención francesa en Malí.
El desafío para Francia es por tanto enorme. Por un lado, su salud económica no le permitirá demorarse todo el tiempo que la voluntad política de Hollande quiere. Francia no es Estados Unidos. Por el otro, Londres ha decidido no ser protagonista de esta intervención, como sí lo fue en Libia en 2011 (junto a París). El otro gran actor europeo, Alemania, criticado por su ausencia en Libia, ha sido esta vez contundente en su apoyo diplomático a Francia, pero reacio a participar militarmente con el peso que impone su poder económico.
Hollande tiene a su favor a la opinión pública francesa. Dos de cada tres apoyan la intervención. También tiene a su favor la vieja idea de la «grandeur de la France»: el discurso voluntarista que defiende valores universales frente a la barbarie fundamentalista. Pero, se sabe, la opinión habrá de cambiar cuando el voluntarismo se enfrente al desgaste de las dificultades propias de un escenario de guerrilla con un costo enorme.
Qué ironía: ¿el gobierno socialista francés terminará enredado, aislado, exhausto, y librando una batalla imperialista? El ejemplo estadounidense es claro: once años más tarde, Obama sigue penando por salir de Afganistán.
El País Digital
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